Gente, mucha gente. Un grupo interminable de atletas, partiendo como si fuese el éxodo judío.
Miles, vestidos de todos los colores, rojo, azul, amarillo, violeta, en fin. En el corazón, un denominador común: el deseo de llegar a la meta en primer lugar. Se daba inicio a la maratón de San silvestre, en el Brasil.
Entre los miles de atletas profesionales y aficionados, que partían, había un hombre de sesenta y cinco años. Cabellos emblanquecidos por el tiempo, arrugas prominentes y mirada de león hambriento. Parecía una fiera vieja, observando a las gacelas que jamás alcanzaría.
Ricardo Fonseca, pasará a la historia, no como el campeón de resistencia en la carrera de 15 kilómetros por las calles del centro de San Pablo, sino como el campeón de insistencia y perseverancia.
Llegó en último lugar, cuatro horas atrás del campeón. Pero llegó. Arrastrando los pies, extenuado, sin importarse con el tiempo ni con la posición de su llegada. Su única preocupación dijo al final, era llegar, completar la carrera. “Nunca dejé nada a medio hacer, dijo sonriendo, aprendí desde que era niño que no existe peor derrota que la carrera que no se acaba.”
Siglos atrás, Pablo había dicho también, que lo único que le interesaba, aún arriesgando su vida era “terminar la carrera.” Lo dijo en Mileto, al despedirse, antes de partir a Jerusalén. Había enfrentado muchas dificultades y oposición hasta aquel momento y ahora decía “Voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer.” La vida de Pablo no estaba libre de desafíos y luchas, sin embargo jamás huyó del combate. Nunca abandonó la carrera.
Hay mucha gente fracasada porque empieza un trabajo y no lo termina. Se desanima. Calcula que no llegará primero y abandona la carrera. Su sendero está encarpetado de disculpas maravillosas. De tanto inventarlas, pasa a creer que son verdaderas. Campeones de la explicación. Jamás llegan. Ni en último lugar. Simplemente no llegan.
Haz de tu vida, con la ayuda de Jesús, una vida de llegada. Termina lo que empezaste. No abandones la carrera. Ve hasta el fin. Di como Pablo: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.” ¡Dios tiene un sueño para ti! ¡Permítele que lo cumpla!
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